Don Samuel, ese converso
Nadie iniciará nunca su beatificación y por lo tanto no habrá un Samuel Ruiz en los altares. Pero el bien que hizo el que fuera obispo de San Cristóbal de las Casas durante su ministerio episcopal y en el decenio posterior a su retiro es la más clara señal de que era un hombre escogido por el Dios en que creyó desde el fondo de su corazón.
Don Samuel pasó de ser un muchacho brillante, una joven promesa, a una madura realidad pero en un sentido por entero opuesto al que permitía augurar el comienzo de su carrera eclesiástica. Con estudios superiores en Roma, estaba llamado a ser parte de la clericracia. En la diócesis de León fue rector del seminario y canónigo, apenas llegado a la tercera década de su vida. Por ello fue elegido obispo de San Cristóbal de las Casas, cuya consagración ocurrió un día como hoy, el 25 de enero de 1960. Durante los primeros años de su desempeño don Samuel fue un obispo como se esperaba que fuera, más cercano a los pudientes de la antigua Ciudad Real que a su rebaño. Pero la pobreza cruda, sin disfraces que padecían los más en Chiapas, fue el motor de la primera transformación, la conversión inicial del obispo. En la práctica, por su sensibilidad inteligente, fue pionero de la opción preferencial por los pobres, aquellos que eran víctimas de la muerte evitable, la más cruel. Es que apenas formaban parte del paisaje, nadie les consideraba personalidad. Cientos de años después de que el primer obispo de esa diócesis, fray Bartolomé de la Casas, pugnó ante la corona española y ante los tribunales por que se considerara a los naturales de esa tierra como gente de razón, el prejuicio y los intereses seguían entercados en impedir el pleno reconocimiento de su condición humana.
Los pobres en Chiapas, en San Cristóbal eran todos indígenas, pertenecientes a varias etnias cuyos valores, la lengua entre ellos, no sólo no eran reconocidos sino que se les combatía. Con mirada benevolente, don Samuel compartió durante años el credo oficial, de la Iglesia y del gobierno, de que el mejor modo de ayudar a los indios era haciendo que dejaran de ser indios. Pero esa cruel paradoja enseñó pronto sus límites a un hombre con luces morales e intelectuales de carácter excepcional, como don Samuel. De modo que no tardó en convertirse en promotor de los derechos de los pueblos indígenas, pertenecieran o no al catolicismo, y por ello fue piedra de escándalo.
La crisis agraria de los ochenta (precedida en los años anteriores por un agravamiento de la lucha por la tierra) fue resultado de la prevalencia en Chiapas de un régimen feudal que negaba sus derechos a los propietarios originales. Esa lucha contó siempre con don Samuel y sus sacerdotes, más de uno de los cuales sufrió por ello persecución. También la padecerían al acoger a los refugiados guatemaltecos.
Como la pugna vital de don Samuel consistía en eliminar las discriminaciones, promovió la participación de los laicos, esos menores de edad frente a las autoridades de la Iglesia tradicional, en la vida pastoral de su diócesis. La consagración de diáconos casados no era simplemente un asunto digamos laboral, la habilitación de personas que auxiliaran profesionalmente a los sacerdotes, sino una muestra de respeto a los católicos, que provocó temor e indignación en el conservadurismo vaticano, con el que el Tatic (padre en la lengua que él aprendió) tuvo conflictos.
La cada vez más acendrada toma de conciencia de don Samuel respecto de los asuntos que concernían a los fieles pertenecientes a su diócesis puso al prelado en el dilema de hacer respetar los derechos mediante la violencia armada o a través de la movilización social. Al comenzar los noventa creció la presencia de quienes optaron por el cambio inmediato, apelando a las armas. Fue tarea del obispo respetar esa opción sin estorbarla ni menos condenarla.
Esa actitud le permitió, cuando insurgió el zapatismo armado, convertirse en mediador, pues contaba con la confianza de los alzados y de quienes, tras una inicial decisión de meramente reprimirlos, optaron después por el diálogo en pro de la paz.
La mediación a favor de la paz fue la seña de identidad de don Samuel a partir de aquel 1994. Renuente a los personalismos protagónicos, institucionalizó su papel de mediador y convocó a personajes de gran talla en la sociedad civil a integrar la Comisión Nacional de Intermediación. Superada la etapa en que la Conai fue útil, su papel se extendió fuera de Chiapas y se afianzó en la atención a conflictos sociales de diversa naturaleza. Con el mismo afán que construyó siendo obispo el centro de derechos humanos que lleva el nombre del fundador de su diócesis, el Frayba, como con familiaridad entrañable se le conoce en aquella región, don Samuel alentó después de su jubilación el establecimiento de Serapaz, Servicios y Asesoría para la Paz. Durante sus años de obispo, don Samuel impregnó con sus convicciones a su presbiterio, de un modo que después se repetiría en la Conai y en Serapaz.
La misión postrera de don Samuel, entre muchas otras tareas pues su dinamismo infatigable lo hacía multiplicarse, se desplegó en la promoción de la libertad de los presos de Atenco, y en la Comisión de Mediación, solicitada por el EPR para conseguir la presentación con vida de dos miembros suyos hechos desaparecer por el Estado. Lejos todavía de su objetivo, la Comed había sufrido ya la sensible pérdida de Carlos Montemayor, a que se suma ahora la de don Samuel. Pero ninguno de los dos en realidad se ha ido. Aquí están.
Cajón de Sastre
Oriundo de Tasquillo, Hidalgo, el viernes murió en la Ciudad de México, a los 85 años, el doctor Fausto Trejo Fuentes, miembro del Comité 68, la activa agrupación que consiguió llevar a los tribunales a responsables de la matanza del 2 de octubre de aquel año. Médico especializado en siquiatría, profesor del Instituto Politécnico Nacional, representó al personal docente de esa institución en la Coalición Nacional de Maestros Universitarios, en que tuvo una participación eminente al lado de Heberto Castillo, José Revueltas y Elí de Gortari. Todos ellos, Trejo incluido, padecieron cárcel por su participación en aquel movimiento, y luego fue exiliado en Uruguay. Ajeno y aun descreído de la actividad partidaria de la izquierda, apoyó en su pueblo natal la campaña de la alianza PRD-PT por la gubernatura de Hidalgo en 1999.
martes, 25 de enero de 2011
sábado, 22 de enero de 2011
El fugitivo. Juan Villoro.
El fugitivo
El 9 de junio de 1993 una camioneta pick-up conducida por un capitán del ejército de Guatemala se detuvo cerca de la frontera con México. En la parte trasera llevaba a un hombre maniatado, de baja estatura y mirada huidiza. Era Joaquín el Chapo Guzmán, de 36 años. Nacido en Badiraguato, máximo semillero del narcotráfico, estudió hasta tercero de primaria y creció en el "triángulo dorado", donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua y los montes enrojecen con los cultivos de amapola. Su suerte parecía terminada.
El Chapo fue recibido por el capitán Jorge Carrillo Olea, coordinador general de Lucha Contra el Narcotráfico. Juntos abordaron un avión a Toluca. Los acompañaba el general brigadier Guillermo Álvarez Nahara, jefe de la Policía Judicial Militar.
Durante el trayecto, el general conversó con el detenido. Después de las privaciones que había sufrido, inexperto, deseoso de quedar bien, el Chapo hizo una detallada descripción del cártel que se había trasladado de Culiacán a Guadalajara y dominaba el narcotráfico en México. Dos características definían a ese narco de rango medio: tenía más información de la prevista e ignoraba el alcance de sus datos. Se trataba, a ojos vistas, de alguien que podía ayudar a los servicios de inteligencia.
Al aterrizar en México, Joaquín Guzmán fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez. Ahí hizo una declaración de 12 páginas, muy distinta a la que ofreció a bordo del avión. ¿Qué sucedió entretanto?
He tomado estos datos de Los señores del narco, extraordinario libro de Anabel Hernández. De acuerdo con la periodista, que ha trabajado para Reforma, Milenio y El Universal, Álvarez Nahara comunicó al secretario de la Defensa las revelaciones que recibió a bordo del boeing 727 y el militar las transmitió a la Presidencia de la República.
Al llegar a Almoloya, relata Hernández, "un alto funcionario del gobierno federal" le advirtió al Chapo que no podía denunciar lo que sabía y seguir vivo. Necesitaba protección: "o cooperaba o se moría".
Al día siguiente (10 de junio de 1993) los mexicanos vimos el despliegue mediático en el que Joaquín Guzmán Loera fue presentado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari como criminal de altísima peligrosidad. Vestido en uniforme beige, el prisionero sonreía, relajado. Un hombre agradable.
No es extraño que se agrande la culpabilidad de un detenido para resaltar los logros de la justicia. En el caso del Chapo esta operación parecía tener un doble fin: anunciar la captura de un pez gordo y contar con su colaboración.
Resulta imposible conocer con toda veracidad la historia oculta en esta detención. Lo cierto es que a partir de ese momento un reo en apariencia liquidado inició su ascenso hasta convertirse en el criminal más poderoso del continente americano.
La corrupción del sistema penitenciario le permitió pasar de Almoloya al penal de Puente Grande, donde operó con toda facilidad. De acuerdo con Hernández, el Chapo podía ser descrito como alguien de inteligencia media, que carecía de conocimientos financieros o de alta estrategia delictiva. Su principal golpe de ingenio había sido enviar cocaína a Estados Unidos en latas de chiles y su mayor recurso psicológico era la simpatía, que contrasta con su crueldad. La cárcel lo preparó para convertirse en otra persona. Diez años después de su fuga, maneja un emporio de miles de empresas y está en la lista Forbes de los 100 hombres más ricos del planeta.
El mayor logro de Anabel Hernández consiste en describir la construcción colectiva de un criminal. Una poderosa red de complicidades políticas, empresariales y judiciales encontró en el Chapo al "mal menor" o al "cómplice de ocasión" para el narcotráfico. Estados Unidos no ha sido ajeno al entramado. La comisión dirigida por el senador John Kerry para investigar el caso "Irán-Contra" reveló que los contrainsurgentes nicaragüenses recibieron dinero del cártel de Medellín y el cártel de Guadalajara. La operación fue coordinada por la CIA, que entró en conflicto con la DEA.
Hernández niega la hipótesis picaresca de que el Chapo escapara de Puente Grande escondido en un coche de lavandería. De acuerdo con la periodista, salió de ahí con uniforme de policía.
La insólita prosperidad de Joaquín Guzmán ha coincidido con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. ¿Ha burlado de modo inaudito a la justicia o ha contado con su apoyo? En El cártel de Sinaloa, otro libro imprescindible para conocer el negro revés de nuestros días, Diego Enrique Osorno informa que el Chapo estaba destinado a ocupar plazas delictivas de mediana importancia, como la de Tecate, que le asignó Miguel Ángel Félix Gallardo. En 10 años de gobiernos panistas, alcanzó una fuerza inédita en la historia criminal mexicana. ¿Es posible describirlo como un "poder alterno"? Eso significaría ignorar que requiere del apoyo de sectores decisivos de los poderes reales. Su infamante "década de oro" no es producto de la sagacidad de un genio del mal.
El Chapo es menos dañino que las circunstancias que lo hicieron posible.
El 9 de junio de 1993 una camioneta pick-up conducida por un capitán del ejército de Guatemala se detuvo cerca de la frontera con México. En la parte trasera llevaba a un hombre maniatado, de baja estatura y mirada huidiza. Era Joaquín el Chapo Guzmán, de 36 años. Nacido en Badiraguato, máximo semillero del narcotráfico, estudió hasta tercero de primaria y creció en el "triángulo dorado", donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua y los montes enrojecen con los cultivos de amapola. Su suerte parecía terminada.
El Chapo fue recibido por el capitán Jorge Carrillo Olea, coordinador general de Lucha Contra el Narcotráfico. Juntos abordaron un avión a Toluca. Los acompañaba el general brigadier Guillermo Álvarez Nahara, jefe de la Policía Judicial Militar.
Durante el trayecto, el general conversó con el detenido. Después de las privaciones que había sufrido, inexperto, deseoso de quedar bien, el Chapo hizo una detallada descripción del cártel que se había trasladado de Culiacán a Guadalajara y dominaba el narcotráfico en México. Dos características definían a ese narco de rango medio: tenía más información de la prevista e ignoraba el alcance de sus datos. Se trataba, a ojos vistas, de alguien que podía ayudar a los servicios de inteligencia.
Al aterrizar en México, Joaquín Guzmán fue trasladado al penal de máxima seguridad de Almoloya de Juárez. Ahí hizo una declaración de 12 páginas, muy distinta a la que ofreció a bordo del avión. ¿Qué sucedió entretanto?
He tomado estos datos de Los señores del narco, extraordinario libro de Anabel Hernández. De acuerdo con la periodista, que ha trabajado para Reforma, Milenio y El Universal, Álvarez Nahara comunicó al secretario de la Defensa las revelaciones que recibió a bordo del boeing 727 y el militar las transmitió a la Presidencia de la República.
Al llegar a Almoloya, relata Hernández, "un alto funcionario del gobierno federal" le advirtió al Chapo que no podía denunciar lo que sabía y seguir vivo. Necesitaba protección: "o cooperaba o se moría".
Al día siguiente (10 de junio de 1993) los mexicanos vimos el despliegue mediático en el que Joaquín Guzmán Loera fue presentado por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari como criminal de altísima peligrosidad. Vestido en uniforme beige, el prisionero sonreía, relajado. Un hombre agradable.
No es extraño que se agrande la culpabilidad de un detenido para resaltar los logros de la justicia. En el caso del Chapo esta operación parecía tener un doble fin: anunciar la captura de un pez gordo y contar con su colaboración.
Resulta imposible conocer con toda veracidad la historia oculta en esta detención. Lo cierto es que a partir de ese momento un reo en apariencia liquidado inició su ascenso hasta convertirse en el criminal más poderoso del continente americano.
La corrupción del sistema penitenciario le permitió pasar de Almoloya al penal de Puente Grande, donde operó con toda facilidad. De acuerdo con Hernández, el Chapo podía ser descrito como alguien de inteligencia media, que carecía de conocimientos financieros o de alta estrategia delictiva. Su principal golpe de ingenio había sido enviar cocaína a Estados Unidos en latas de chiles y su mayor recurso psicológico era la simpatía, que contrasta con su crueldad. La cárcel lo preparó para convertirse en otra persona. Diez años después de su fuga, maneja un emporio de miles de empresas y está en la lista Forbes de los 100 hombres más ricos del planeta.
El mayor logro de Anabel Hernández consiste en describir la construcción colectiva de un criminal. Una poderosa red de complicidades políticas, empresariales y judiciales encontró en el Chapo al "mal menor" o al "cómplice de ocasión" para el narcotráfico. Estados Unidos no ha sido ajeno al entramado. La comisión dirigida por el senador John Kerry para investigar el caso "Irán-Contra" reveló que los contrainsurgentes nicaragüenses recibieron dinero del cártel de Medellín y el cártel de Guadalajara. La operación fue coordinada por la CIA, que entró en conflicto con la DEA.
Hernández niega la hipótesis picaresca de que el Chapo escapara de Puente Grande escondido en un coche de lavandería. De acuerdo con la periodista, salió de ahí con uniforme de policía.
La insólita prosperidad de Joaquín Guzmán ha coincidido con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón. ¿Ha burlado de modo inaudito a la justicia o ha contado con su apoyo? En El cártel de Sinaloa, otro libro imprescindible para conocer el negro revés de nuestros días, Diego Enrique Osorno informa que el Chapo estaba destinado a ocupar plazas delictivas de mediana importancia, como la de Tecate, que le asignó Miguel Ángel Félix Gallardo. En 10 años de gobiernos panistas, alcanzó una fuerza inédita en la historia criminal mexicana. ¿Es posible describirlo como un "poder alterno"? Eso significaría ignorar que requiere del apoyo de sectores decisivos de los poderes reales. Su infamante "década de oro" no es producto de la sagacidad de un genio del mal.
El Chapo es menos dañino que las circunstancias que lo hicieron posible.
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